martes, 27 de febrero de 2007

Colifor.

El sábado no fue lo esperado, no pude hacer muchas de las cosas que tenía ganas y la lluvia llegó recién el domingo a la noche.

Hoy viajé todo el camino al trabajo en uno de esos asientos que están al revés, es decir, no están en la posición en la que suelen estar si no que uno va mirando el camino recorrido. Cuando era un pibe contento de 8 años, solía ir a la casa de campo de un amigo (el que tenía el cuadro con la cara del payaso), la cuestión es que cuando subía al auto que tenía en ese momento, los asientos despedían un olor horrible que me mareaba instantáneamente entonces en el camino tenían que parar porque me mareaba, bajaba del auto y lanzaba un chorro de vómito potente que se estrellaba contra el piso. En eso se resume mi niñez. Recuerdo también que un par de veces viajé en alguna pick up, en la parte de atrás y me mataba, terminaba otra vez mareado. Hoy, una docena y un poco más de años más tarde, puedo viajar en el asiento que va al revés sin titubear, soy inmune.

No quiero escribir lo que voy a hacer todos los días, no quiero que esto termine siendo como el diario de Paris Hilton, salvando los millones de diferencia y mi indudable belleza aplanadora.

Parece que va a ser un largo día, ¿qué digo? una semana muy larga.

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